El discurso de Haruki Murakami

 

Cómo bien sabréis, el pasado 9 de junio el mundialmente reconocido escritor japonés Haruki Murakami dio un discurso en Barcelona con motivo de la entrega del Premi Internacional Catalunya 2011. El jurado eligio a Murakami por «mayoría absoluta» entre otros motivos por la capacidad que ha tenido su narrativa de trascender su ámbito cultural y convertirse en un referente del panorama literario mundial.

Cuando se le comunicó a Murakami la decisión de otorgarle el Premi Internacional Catalunya 2011 aseguró sentirse muy honrado y añadió «lamento decir que no puedo sentirme completamente feliz con esta distinción, porque mis compatriotas están pasando tiempos muy difíciles, sufriendo por el feroz terremoto y sus efectos».

Puesto que la transmisión que dio la prensa del discurso dado por el escritor al recibir el premio sólamente abarcaba una pequeña parte de las bellas y profundas palabras sobre la situación de Japón y del mundo que dedicó al auditorio, os ofrecemos esta versión subtitulada del discurso íntegro que hemos encontrado.

Podéis escuchar a Murakami con subtítulos en español en los enlaces (si no aparecen los subtítulos debéis clickar en CC de la parte inferior del video) o leer la transcripción a continuación. Esperamos que disfrutéis de las palabras de este escritor sin igual que nos ayudan a entender mejor cual es la situación de Japón y cómo la afrontan sus habitantes.

Discurso Íntegro de Haruki Murakami (Parte 1)

Discurso Íntegro de Haruki Murakami (Parte 2)

Discurso Íntegro de Haruki Murakami (Parte 3)

Discurso Íntegro de Haruki Murakami (Parte 4)

Soñadores «poco realistas» Haruki Murakami

Discurso de aceptación del XXIII Premi Internacional Catalunya

La última vez que estuve en Barcelona fue en la primavera de hace dos años. En uno de los actos públicos que hice, quedé sorprendido de que vinieran tantos lectores para que les firmara un libro. Se formó una cola larguísima y estuve más de una hora y media firmando. Si tardé tanto tiempo fue porque muchas lectoras me querían dar besos. Y la cosa se alargó mucho.

Hasta ahora he firmado libros en muchas ciudades del mundo, pero el único lugar donde me he encontrado que las lectoras me quisieran besar ha sido aquí en Barcelona. Esta es sólo una de las muchas anécdotas que me hicieron dar cuenta de que Barcelona es una ciudad realmente maravillosa. Estoy muy contento de volver a estar en un lugar tan bonito, con una historia tan larga y una cultura tan elevada. Desgraciadamente, hoy no hablaré de besos sino de un tema un poco más serio.

Como saben, el pasado día 11 de marzo, a las 2 y 46 minutos del mediodía, la región japonesa de Tohoku sufrió un grave terremoto. Fue una sacudida de tal magnitud que hizo que la velocidad de rotación de la Tierra se acelerara ligeramente y que el día se acortara en 1,8 milímetros millonésima de segundo. El terremoto provocó unos daños enormes, pero el tsunami subsiguiente dejó una huella horrible. En algunos lugares el tsunami llegó a los 39 metros de altura. 39 metros quiere decir que es imposible salvarse aunque subas al noveno piso de un edificio normal. Las personas que estaban cerca de la costa no pudieron huir, y se calcula que cerca de 24.000 perdieron la vida. De estas, cerca de 9.000 aún están desaparecidas. Estas personas fueron arrastradas por el tsunami, y sus cadáveres aún no se han encontrado. La mayoría deben estar hundidas en la frialdad del mar. Sólo de imaginarme que me hubiera podido encontrar en esta situación, se me hace un nudo en el pecho.

La mayoría de supervivientes han perdido la familia y los amigos, han perdido la casa y las pertenencias, han perdido la comunidad, es decir, han perdido todo lo que forma la base de la vida. Hay algunos pueblos que han quedado completamente desaparecidos. Seguro que hay mucha gente que incluso ha perdido las ganas de vivir.

Al parecer, ser japonés conlleva convivir con numerosas catástrofes naturales. Entre el final del verano y el inicio del otoño, buena parte del territorio japonés se convierte en lugar de paso natural de los tifones, que cada año provocan grandes daños y se cobran muchas vidas. En todas las regiones del país se registra una importante actividad volcánica. Y luego, evidentemente, están los terremotos. El archipiélago nipón es el extremo oriental del continente asiático y está peligrosamente situado sobre cuatro grandes placas tectónicas. De hecho, es como si viviéramos sobre un nido de terremotos. Con los tifones, se puede saber hasta cierto punto el día que han de llegar y los lugares por donde deben pasar, pero en cambio con los terremotos no hay predicciones que valgan. Lo único que sabemos es que el terremoto más reciente no será el último, que en un futuro próximo, incluso puede que mañana, habrá otro. Numerosos expertos prevén

Con este último gran seísmo, todos los japoneses hemos quedado muy afectados y, a pesar de estar acostumbrados a los terremotos, aún ahora nos estremece ante la enormidad de los daños que ha causado. Nos sentimos impotentes e incluso angustiados por el futuro de nuestro país.

Al final, sin embargo, supongo que recuperaremos la moral y nos levantaremos para emprender la reconstrucción. En este sentido, no estoy muy preocupado. Somos un pueblo que ya lo ha hecho muchas veces a lo largo de la historia. No nos podemos quedar hundidos para siempre. Podemos rehacer las casas que han quedado destruidas y reparar las carreteras que se han derrumbado.

Bien mirado, nos hemos instalado en este planeta por nuestra cuenta. El planeta no nos ha pedido que vivamos. Por tanto, no nos podemos quejar porque haya temblado un poco. El hecho de temblar de vez en cuando es una de las características de la Tierra, de forma que, tanto si nos gusta como si no, no nos queda más remedio que convivir con esta naturaleza.

Pero hoy quiero hablar de cosas que, a diferencia de los edificios y las carreteras, no se pueden arreglar fácilmente. Por ejemplo, de la ética y del modelo. Ni una cosa ni la otra son objetos que tengan una forma definida. Una vez se estropean, cuesta mucho que vuelvan a ser como eran. Y es así porque no son cosas que se puedan hacer de inmediato, con que tengas preparadas las máquinas, la mano de obra y las materias primas necesarias.

Y me refiero concretamente a la central nuclear de Fukushima.

Como ya deben saber, al menos tres de los seis reactores afectados por el terremoto y el tsunami en la región de Fukushima aún no se han podido reparar y continúan emitiendo radiación en la zona. Se ha producido la fusión de un reactor, lo que ha provocado la contaminación de las tierras de alrededor y, al parecer, el vertido al mar de aguas residuales con una alta concentración de radiactividad.

Hay 100.000 personas que se han visto obligadas a marcharse de la zona de alrededor de la central nuclear. Los huertos, las granjas, las fábricas, las zonas comerciales y los puertos han quedado desiertos y abandonados. Es muy posible que las personas que han tenido que irse de la zona ya no puedan volver a vivir allí. Y, me sabe muy mal decirlo, parece que los daños no afectan sólo Japón sino también a algunos países vecinos.

La causa que ha provocado una situación tan trágica es evidente. Esta desgracia ha pasado porque las personas que construyeron la central nuclear no tuvieron suficientemente en cuenta que pudiera haber un tsunami tan grande. Algunos especialistas señalaron que en esta región ya se había producido algún tsunami de esta magnitud y pidieron que se revisaran los estándares de seguridad, pero la compañía que gestionaba la central estuvo muchos años sin tomárselo en serio. La idea de invertir una gran cantidad de dinero por un gran tsunami que puede pasar o no una vez cada varios siglos no era muy atractiva para una compañía que aspira a ser rentable.

Por otra parte, parece que el Gobierno, que habría tenido que controlar estrictamente las medidas de seguridad de la central nuclear, bajó los estándares de seguridad para llevar adelante su política nuclear.

Nosotros tenemos que averiguar qué ha pasado y, en caso de que se haya producido algún error, hacerlo público. Por culpa de estos errores, más de 100.000 personas se han visto obligadas a irse de esta región y cambiar su estilo de vida. Hay que enfadarse. Es natural.

Por algún motivo, los japoneses somos un pueblo que no nos enfadamos nunca demasiado. Sabemos tener paciencia, pero no somos muy buenos para dar salida a nuestros sentimientos. En este sentido, quizá somos diferentes de los ciudadanos barceloneses. Pero, en esta ocasión, supongo que incluso los ciudadanos japoneses nos enfadamos de verdad.

Sin embargo, también deberíamos echarnos las culpas a nosotros mismos, por haber permitido o tolerado la existencia de este sistema corrompido. Porque lo que ha pasado es un problema que afecta profundamente nuestra ética y nuestro modelo.

Como saben, los japoneses somos el único pueblo que ha sufrido la experiencia de la bomba atómica. En agosto de 1945, las ciudades de Hiroshima y Nagasaki fueron el objetivo de sendas bombas atómicas tiradas por los bombardeos del ejército estadounidense, que provocó más de 200.000 muertos. La mayoría de las víctimas eran civiles. Con todo, ahora no entraré a valorar si fue una acción justa o no.

Lo que quiero decir es que, aparte de las 200.000 víctimas que hubo justo después de las explosiones, muchos de los supervivientes murieron al cabo de un tiempo, después de muchos sufrimientos provocados por la radiación. A través del sufrimiento de estas víctimas, los japoneses conocimos el poder de destrucción de la bomba atómica, así como la gravedad de las heridas que la radiación deja al mundo y al cuerpo humano.

En el camino que ha recorrido el Japón tras la Segunda Guerra Mundial, ha habido dos ideas centrales. La primera ha sido la recuperación económica, y la segunda la renuncia a la guerra, es decir, el compromiso que, pase lo que pase, no se recurrirá al uso de la fuerza militar. Los dos nuevos objetivos que ha perseguido la nación, pues, han sido convertirse en un país rico y aspirar a la paz.

En el cenotafio del monumento a las víctimas de Hiroshima están grabadas las palabras siguientes: «Descanse en paz, que el error no lo repetiremos».

Son unas palabras maravillosas. Nosotros somos a la vez las víctimas y los culpables. Este es el significado que hay implícito en estas palabras. Ante una fuerza tan arrolladora como la nuclear, todos nosotros somos a la vez víctimas y culpables. En la medida que todos estamos bajo la amenaza de esta fuerza, todos somos víctimas, pero en la medida que hemos permitido que se desarrollara o que no hemos impedido que se utilizara, también somos todos culpables.

Hoy, 66 años después del lanzamiento de las bombas atómicas, la planta número uno de la central de Fukushima ya hace tres meses que libera radiación y contamina la tierra, el mar y el aire de su alrededor. Todavía no hay nadie que sepa cómo pararlo. Esta es la segunda gran desgracia nuclear que los japoneses sufrimos en nuestra historia, pero esta vez no es que nadie nos haya echado ninguna bomba atómica. Nos lo hemos buscado los mismos japoneses, hemos cometido el error con nuestras manos, hemos hecho mal en nuestro país, hemos destruido nuestra propia vida.

¿Por qué ha pasado esto? ¿Dónde está el rechazo por la energía nuclear que habíamos mostrado desde del final de la Segunda Guerra Mundial? Qué es lo que ha dañado y corrompido la sociedad rica y pacífica que hemos intentado construir todos estos años? El motivo es bien sencillo. La «eficiencia».

Las compañías eléctricas aseguran que los reactores nucleares son el sistema de producción de electricidad más eficiente. Es decir, son el sistema que da más beneficios. Por su parte, sobre todo desde la primera crisis del petróleo, el Gobierno japonés dudó de la estabilidad del abastecimiento del petróleo y adoptó la producción de energía nuclear como una política nacional. Las compañías eléctricas se gastaron grandes cantidades de dinero en publicidad, compraron los medios de comunicación e hicieron creer a los ciudadanos que la producción de energía nuclear era absolutamente segura. Entonces, cuando nos dimos cuenta, aproximadamente el 30% de la producción eléctrica del Japón ya dependía de la producción de energía nuclear. Sin que los ciudadanos se enteraran, el archipiélago japonés, pequeño y con abundantes terremotos, se había convertido en el tercer país del mundo en número de centrales nucleares.

Y, una vez llegados a este punto, ya no hay marcha atrás. Ya es un hecho consumado. A la gente que tiene miedo de la producción de energía nuclear se les pregunta amenazadoramente que si no les importa que no haya suficiente electricidad. E incluso entre los ciudadanos se extiende la sensación de que no queda más remedio que depender de la energía nuclear. En Japón hay mucha humedad, y no poder encender el aire acondicionado en verano es casi una tortura. A la gente que pone en duda la energía nuclear se les cuelga la etiqueta de «soñadores poco realistas «.

Y así ahora nos encontramos como nos encontramos. Los reactores nucleares, que en teoría eran tan eficientes, han provocado una situación dramática, como si alguien
hubiera abierto la puerta del infierno. Y esta es la realidad.

La realidad de quienes están a favor de la energía nuclear y pedían a los que están en contra que tuvieran en cuenta la realidad, no era la realidad sino tan sólo una «conveniencia» superficial. Lo que hacían era decir «realidad» en lugar de «conveniencia» para cambiar la lógica sin que nadie se diera cuenta.

Esto ha sido no sólo el derrumbe del mito del «poder tecnológico» del cual Japón se ha enorgullecido durante tantos años, sino que también ha representado el derrumbe de la ética y del modelo de los japoneses, que hemos permitido que nos hicieran este tejemaneje. Ahora criticamos a la compañía eléctrica y al Gobierno. Es justo y necesario que lo hagamos. Pero a la vez también nos hemos de echar las culpas a nosotros mismos. Somos víctimas y culpables a la vez. Es una cuestión que debemos plantearnos seriamente. Si no, puede ser que el error se repita en algún lugar.

«Descanse en paz, que el error no lo repetiremos».

Tenemos que volver a grabar estas palabras en el corazón. El físico Robert Oppenheimer fue una de las personas más importantes en el desarrollo de la bomba atómica durante la Segunda Guerra Mundial, y cuando se enteró del desastre que la bomba atómica había provocado en Hiroshima y Nagasaki, quedó muy afectado. Entonces fue a ver al presidente Truman y le dijo:

-Presidente, tengo las manos manchadas de sangre.

El presidente Truman se sacó del bolsillo un pañuelo blanco todo bien doblado y le dijo:

-Sequelas con mi pañuelo.

Pero claro,en el mundo no hay ningún pañuelo limpio para poder limpiar tanta sangre.

Los japoneses deberíamos haber continuado diciendo NO a la energía nuclear. Esta es mi opinión. Deberíamos haber dedicado el poder tecnológico, el conocimiento y el capital social que teníamos como país a desarrollar una forma de energía efectiva que pudiera sustituir la nuclear. Aunque en todo el mundo se hubieran reído diciendo que los japoneses éramos tontos de no usar la energía nuclear, que es la más eficiente, nosotros deberíamos haber seguido firmes, sin renunciar a la alergia a la energía nuclear que hubimos de adquirir mediante la experiencia de las bombas atómicas. El desarrollo de una forma de energía que no utilizara la energía nuclear debería haber sido el tema principal del camino que ha hecho el Japón desde la guerra.

Esta habría sido la manera de asumir una responsabilidad colectiva hacia las numerosas víctimas de Hiroshima y Nagasaki. En Japón se necesitaba una ética, un modelo y un mensaje social tan fuertes como este. Habría sido una gran oportunidad para que los japoneses hiciéramos una contribución real al mundo. Pero, animados por el rápido crecimiento económico, nos hemos dejado guiar por el criterio fácil de la «eficiencia» y hemos perdido de vista este camino tan importante.

Tal como he dicho antes, por más graves y trágicos que sean los daños causados por las catástrofes naturales, los japoneses somos capaces de superarlos. Puede que el hecho de sobreponerse a ellos haga que las personas tengan un espíritu más fuerte y más profundo. De una manera u otra vamos a salir.

La reconstrucción de los edificios y las carreteras es un trabajo que es responsabilidad de los especialistas. Pero la regeneración de la ética y del modelo es una tarea que recae sobre todos nosotros. El sentimiento natural de llorar por los muertos, de apoyar a las personas que sufren por el desastre y de no olvidar el dolor y las heridas que han sufrido nos llevará a emprender esta tarea. Será una tarea modesta y callada que requerirá mucha perseverancia. Una tarea que tendremos que hacer uniendo todas las fuerzas, como la gente de un pueblo que se reúne una clara mañana de primavera para ir al campo a labrar la tierra y plantar las semillas. Cada uno de la manera que pueda, pero con un solo corazón.

En esta gran tarea colectiva, hay una parte que recae sobre los especialistas de las palabras, es decir sobre los que nos ganamos la vida escribiendo. Nosotros tenemos que conectar la nueva ética y el nuevo modelo con unas nuevas palabras. Y tenemos que hacer que salgan y crezcan unas nuevas historias llenas de vida. Deben ser unas historias que podamos compartir. Deben ser unas historias que, como las canciones de plantación, tengan ritmo y animen a la gente. Durante muchos años ya hicimos reconstruir un Japón por la guerra. Ahora nos tenemos que volver a situar en este punto de partida.

Tal como he dicho al principio, vivimos en un mundo cambiante y transitorio, marcado por el concepto de «Mujô», que nos dice que cualquier tipo de vida cambia y acaba desapareciendo. Que el hombre es impotente ante la enorme fuerza de la naturaleza. La conciencia de esta transitoriedad es una de las ideas básicas de la cultura japonesa. Al mismo tiempo, aunque respetar las cosas que han desaparecido y ser conscientes de que vivimos en un mundo frágil en el que todo puede desaparecer en cualquier momento, los japoneses también tenemos una mentalidad positiva que nos empuja a vivir con alegría.

Mis obras son muy bien recibidas en Cataluña, y estoy orgulloso de que me haya sido concedido un premio tan importante como este. Vivimos en lugares que están muy alejados y hablamos idiomas diferentes. La cultura en que nos basamos también es diferente. Aún así, todos somos ciudadanos del mundo, y tenemos los mismos problemas, las mismas penas y alegrías. Justamente por eso es posible que unas cuantas historias escritas por un escritor japonés hayan sido traducidas al catalán y leídas por la gente de aquí. Me hace muy contento poder compartir una misma historia con ustedes. El trabajo de los escritores es soñar. Pero aún tenemos un trabajo más importante: compartir nuestros sueños con la gente. Es imposible ser escritor sin tener esa sensación de compartir lo que escribes.

Sé que a lo largo de la historia, los catalanes ha superado muchas dificultades y que en ciertas épocas han sufrido alguna crueldad, pero a pesar de todo han sobrevivido firmemente y han conservado una cultura muy rica. Seguro que hay muchas cosas que podemos compartir. Pienso que sería fantástico que tanto ustedes como nosotros, tanto en Cataluña como en Japón, pudiéramos ser unos «soñadores poco realistas» y pudiéramos formar una «comunidad espiritual «abierta, que supere fronteras y culturas. Pienso que podría ser un buen punto de partida para la regeneración después de los varios desastres y de los ataques terroristas terriblemente trágicos que hemos vivido estos últimos años. No debemos tener miedo de soñar. No hay que dejarse atrapar por los perros de los desastres que se presentan con el nombre de «eficiencia» y «conveniencia». Debemos ser unos «soñadores poco realistas» que avancen con paso firme. Los humanos nos morimos y desaparecemos. Pero la humanidad perdura. Es algo que se va heredando indefinidamente. Por encima de todo, tenemos que creer en la fuerza de la humanidad.

Por último, quisiera ofrecer la dotación económica de este premio a las víctimas del terremoto y del accidente de la central nuclear de Fukushima. Estoy profundamente agradecido al pueblo catalán y a la Generalitat de Cataluña que me hayan brindado esta oportunidad. Asimismo, también quiero expresar mi más profunda solidaridad con las víctimas del terremoto de Lorca.

Haruki Murakami, Barcelona 9 de junio de 2011